sábado, 12 de febrero de 2011

Egiptopolitología


El día después. No importa el medio con el que partimos el día (yo empecé con The Guardian, gracias a Snaptu…) todos consignan la caída de Muhammad Hosni Sayyid Mubarak, hasta ayer, presidente sempiterno de Egipto. ¿Porque es tan débil la democracia en Medio Oriente?

Creo que todos aplaudimos la caída de un gobierno tan parecido a una dictadura (dictablanda, diría el difunto), sin embargo hay algunas precisiones que cabe tener en cuenta para entender los días venideros.
Uno es que la democracia en los países árabes es tan ajena como el heavy metal. Hay algunas bandas, hay algunos demócratas, pero a decir verdad, en las estructuras de poder tradicionales de los pueblos semitas, la democracia occidental es una importación reciente y de implantación relativa.
Es cosa de ver que no existe una sola republica en la zona con una estabilidad comparable con la de los países occidentales. O se dan casos como los de Jordania y Arabia Saudita o los Emiratos Árabes, monarquías constitucionales de corte tribal (hachemí en el caso jordano, saudí en el caso de Arabia). La institucionalidad democrática es feble y la idea misma de la democracia de cánones modernos y occidentales también está en entredicho.
El Líbano es una bolsa de gatos inventada como Estado-Tapón a las intenciones expansionistas otomanas, mientras que Siria y el Irak “de los tres tercios” son inventos geográficos de los colonizadores ingleses que hasta cierto punto responden a la misma lógica. Ninguno de estos países tiene un historial democrático muy limpio, con una prevalencia del autoritario partido Baath, que a su vez es un partido de derecha e izquierda, una especie de peronismo pan árabe.
Tal vez uno de los motivos por el que a los árabes les cueste tanto digerir la democracia es su forma tradicional de gobierno, basada en pequeños grupos con un gobierno colegiado (Majlis) supeditado al emir o jeque de turno, quien era quien decidía con total autonomía y potestad sobre los destinos de la comunidad. Sin embargo, el líder no era inamovible. La dinastía podía cortarse si perdía el favor del pueblo y este levantaba a otra familia al poder, dándose así una estructuras más semejante a la de la democracia directa que a nuestra pomposa gran democracia occidental.
Una mezcla de autoritarismo, parlamentarismo y democracia directa que funcionó por siglos entre los pueblos semitas (el gobierno tradicional judío no es tan distinto a este patrón) y que está tratando de ser reemplazado, un poco como ballena con corsé, por un modelo democrático europeizado y modernista, semejante al israelí, que digamos, funciona gracias al acervo cultural adquirido tras la diáspora.
Los acontecimientos de los últimos días en Egipto y Túnez (y ojo con Yemen) nos muestran lo lábil del ideal democrático moderno en los países árabes y lo etnocéntrico y absurdo de intentar medirlos con nuestras reglas. Tal vez deberíamos dejarlos con sus modos tradicionales de gobierno y evitarnos estos bochornos..

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